domingo, 12 de diciembre de 2010

Nadie como tu

Nadie como tú para hacerme reír,
nadie como tú sabe tanto de mí.
Nadie como tú es capaz de compartir
mis penas, mi tristeza, mis ganas de vivir.
Tienes ese don de dar tranquilidad,
de saber escuchar, de envolverme en paz.
Tienes la virtud de hacerme olvidar
el miedo que me da mirar la oscuridad.
Solamente tú lo puedes entender
y solamente tú te lo podrás creer.

(…)

Y pasarán los años y siempre estarás buscando un plan
para que se hagan realidad los sueños que
soñábamos antes de ayer al dormir
hablando del tiempo que nos quedará por vivir.

(…)

Y sin hablar, solo al mirar, sabremos llegar a entender
que jamás ni nada, ni nadie en la vida nos separará.

El griterío hizo que la castaña se despertara, Paola, su mejor amiga, estaba mirando “La sirenita” en Disney Channel y cantaba a todo pulmón “Bajo el mar”. Miró el reloj, eran exactamente las siete treinta y siete de la mañana y se preguntó qué clase de manera de empezar el primer día de vacaciones era esa. Cualquier persona normal aprovecharía para dormir todo lo que no había dormido en el año entre exámenes y tareas, y ella estaba ahí, despierta a las siete y treinta y siete de la mañana con su mejor sonrisa en la cara. Pero cómo no iba a sonreír, había pasado una de las mejores noches de su vida y encima tenía a su mejor amiga al lado, acompañándola como siempre.

Se detuvo a mirarla unos instantes y agradeció internamente que esa morocha de escasa altura se hubiera cruzado en su camino. El único defecto que tenía, era que no tenía defectos (aunque capaz también tenía el ego un poco alto). La admiraba y no le daba vergüenza decirlo. Admiraba a su mejor amiga y cada día agradecía, a quien tuviera que agradecerle, que Mariana se encontrara en su vida.

-Bajo el maaaar-Empezó a cantar junto con ella a los gritos, mientras bailaban frenéticamente.

Una vez finalizada la canción se miraron y estallaron en carcajadas. No solo eran muy risueñas, sino que además, con tan solo una mirada se entendían a la perfección, y eso no lo lograba cualquiera. Sobre todo porque Luana solía ser bastante reservada. Era simpática y sociable, pero solo unos pocos la conocían tan bien.

-Está tan bueno Eric…-Soltó con un suspiro enamorada, mientras veía al protagonista de la película paseándose por la playa sin remera.

-¡Es un dibujito Lu!-Le dijo escandalizada la morocha-Pero a mí también me gusta…-Admitió y volvieron a reír.

La vida con Paola al lado era muchísimo más fácil, no tenía dudas al respecto. Era mucho más divertida también, no podían pasar ni un minuto sin reírse a carcajadas, como si les hubieran contado el mejor chiste de todos.

-Te voy informando que Eric es mío…-Le dijo con suficiencia la castaña, y Paola puchereó-Bueno, está bien, los días pares es mío, los impares tuyo… ¿Te parece?

-Me re parece, entonces los días pares voy a ver a mi pela, y los impares me quedo con el dibujito más lindo…-Aceptó con una sonrisa, y Luana instantáneamente recordó que su mejor amiga tenía que contarle algo.-Sí, ahora te cuento…-Y con Mariana no necesitaba hablar.

-Dale Pao, me muero de intriga, el pela no puede ser tan tierno…-Admitió pensando en lo que él había hecho por su mejor amiga.

-Bueno está bien, te cuento ahora…

Flash Back

Juan Pedro y su novia se encontraban en el departamento del primero. Después de haber estado juntando la plata por años, había logrado comprarse un departamento en Belgrano y con Paola lo estaban decorando, para que él pudiera mudarse cuanto antes. Con sus veintitrés años ya no quería vivir más en la casa de sus padres, por lo que no dudó un instante en comprar ese departamento.

Juan Pedro había comprado dos latas de pintura azul para su pieza, y ambos jóvenes se encontraban en la habitación, con ropa vieja y pinceles en mano dispuestos a pintar.

Estaban los dos en silencio, concentrados en su tarea, cuando el castaño decidió pintar la punta de la nariz de la morocha, para volver a mirar hacia delante, como si nada. Paola lo miró y no tardó en pintarle el cachete, de manera tal que se formó una guerra de pintura azul entre los dos.

Minutos más tarde, agotados por la risa y la guerra de pintura, se sentaron en el piso para poder descansar un rato, antes de seguir ensuciando todo, pero las carcajadas eran más fuertes que la morocha, que no tardó demasiado en volver a reírse, aunque fue acallada rápidamente por un beso de su novio.

Se separaron cuando la necesidad de respirar se hizo presente. Se miraban a los ojos con una sonrisa en sus caras, hasta que Paola desvió la vista y cortó el silencio.

-¡Ay mirá!-Exclamó enternecida mirando una de las tantas manchas en la remera de Juan Pedro-Tiene forma de corazón, y está a la altura del corazón…-El castaño miró la mancha y sonrió.

-Azul, y es que este amor es azul como el mar azul, como de tu mirada nació mi ilusión…-Le cantaba él, a medida que iba acortando la distancia que los separaba, hasta que la falta de aire hizo que se separaran, y él volvió a hablar-Ya sé que no es el lugar más romántico, pero tengo un regalo para vos…-Le avisó-Esperame acá

De un salto, el rapado se levantó y abandonó la habitación, dejando a Paola un tanto confundida e impaciente, sentada en el medio del futuro cuarto de su novio. Segundos más tarde, lo vio aparecer con una sonrisa de oreja a oreja, mientras se acercaba lentamente.

-Tomá, son para vos y para que invites a quien quieras…-Le dijo feliz, entregándole dos entradas para el único recital de Voz Veis en Buenos Aires.

La morocha entró en shock, no lo podía creer, abrió los ojos como platos y cuando pudo asimilar lo que estaba ocurriendo gritó como si fuera Luana. Se colgó del cuello de su novio y comenzó a besarlo reiteradas veces.

-No podés ser tan perfecto Pedri

-Y bueno, cada uno hace lo que puede…-Dijo en un tono agrandado y Paola lo volvió a besar.

-¿Venís vos conmigo?-Le preguntó y el rapado negó-¿Cómo que no?

-No puedo mi vida, me tengo que juntar a hacer un trabajo con los de la facultad…

-¿Un viernes a la noche?

-Sí, es para el sábado y sino no llegamos…-Le explicó y su novia asintió.

-Entonces le digo a Lu, se va a morir cuando le cuente…

Y sin decir nada más, agarró su celular para llamar a su mejor amiga.

Fin del Flashback

-Y ahí fue cuando te llamé para decirte lo de las entradas y vos me dejaste sorda del grito que pegaste….-Finalizó la morocha mientras Luana sonreía.

-Ay, este pela se pasó…-Le dijo recordando el recital.

-Igual me parece que acá la que tiene que contar es otra… ¿Qué pasó con Gas?

Gastón Ramírez era compañero de facultad de Luana, cuatro años más grande, sociable y simpático. Muy amigo de Juan Pedro, razón por la cual habían empezado a hablarse con Luana. Se habían conocido en el cumpleaños número veinte del rapado, y semanas más tarde se cruzaron en la facultad, empezando así con una historia que había atrapado a la morocha.

Luana suspiró enamorada.

-Resulta…

Flashback

Las dos amigas acababan de ingresar al estadio donde sería el show. Juan Pedro había conseguido VIPS por lo que se encontraban a pocos metros del escenario, esperando a que aparecieran los miembros de la banda en escena.

Estaban charlando animadamente cuando Luana sintió que alguien la abrazaba por detrás y se apoderaba de su cuello, dándole besos. Se sobresaltó, pero no tardó demasiado en darse cuenta de quién se trataba. Era él y su forma de saludarla que a ella le molestaba tanto.

Por la alegría de su amiga entendió que Gastón había llegado acompañado del castaño que le robaba el sueño a Paola desde hacía un buen tiempo. Segundos más tarde lo vio al castaño acercándose a besar a su mejor amiga y sonrió. Eran la pareja perfecta.

Finalmente, el pelicorto había soltado el cuello de la castaña, para depositar un largo y ruidoso beso en su mejilla, antes de saludar a Paola, que miraba la situación con una sonrisa.

-No conseguimos cuatro VIPS juntas, así que nosotros vamos a estar más adelante-Explicó el rapado hablándole a las dos chicas-Aunque me gustaría compartir el recital con vos…-Le dijo en secreto a su novia, pero para Luana no pasó desapercibido.

-A mí no me molesta que te la quieras llevar, después de haberme pagado el VIP, lo menos que puedo hacer es dejarlos estar juntos…

-No todo es lo que parece…-Dijo Juan Pedro mirándolo a Gastón-Pero bueno, ya me diste el sí, así que me la llevo, nos vemos a la salida chicos…- Y sin darle tiempo de hablar a la morocha, se la llevó.

Luana los miró alejarse con una sonrisa y suspiró. Estaba feliz de que su amiga estuviera tan enamorada, y de que él la correspondiera, pero no tardó demasiado en caer en la realidad y recordó lo que había dicho Juan Pedro.

-¿Por qué dijo que no todo es lo que parece?-Le cuestionó al rubio, que se había acomodado a su lado y lo vio sonreír. Agradeció estar sentada, porque sino sus piernas le habrían flaqueado.

-Él no pagó todas las entradas…-Empezó a decir Gastón-Yo también pagué…

-¡Y sí! Pobre chico, es demasiada plata, voy a tener que hacerle un buen regalo al pela…-Lo interrumpió Luana.

-Tampoco, él no pagó tres entradas, pagó la suya y la de Pao nada más…-Explicó y la castaña entendió lo que le había querido decir.

-¿Me estás jodiendo?-Preguntó. Gastón negó-¿Me pagaste la entrada al recital? ¡Estás loco Gas!-Él rió

-Pensalo como que es a modo de perdón por darte tantos besos en el cuello y hacerte enojar, sabiendo que no te gusta… y por bancarme en las previas a los parciales, cuando me pongo insoportable… y por escucharme cada vez que necesito hablar con alguien…

-¡No, no y no! ¡No podés ser así Gastón!

-¡Shhh!-La calló-Ya empieza, disfrutá en vez de enojarte-Le pidió y ella no pudo más que hacerle caso.

Cómo no iba a hacerlo si se lo pedía con esa sonrisa tierna y con esa mirada. Cómo no iba a hacerlo si era el rubio de ojos celestes más lindo que había visto, aunque no quisiera admitirlo.

Voz Veis se presentó y el lugar estalló en aplausos y gritos. El recital empezó con “Un pedacito de tu querer”. Luana gritaba y lloraba de la emoción, mientras que Gastón le cantaba al oído.

-Y cada noche mato a besos a mi almohada imagino que es tu espalda…-Le cantó y un escalofrío recorrió a Luana.

Estaba viviendo demasiadas cosas, y ella no estaba preparada para tantas emociones en tan poco tiempo. El corazón le latía a mil por hora, y no tenía ni idea de cómo no se había desmayado aún.

Una nueva canción empezaba a escucharse, y Luana aprovechó para cantarle al rubio.

-No me hables al oído que yo sé que estás acá…-Cantó la castaña mirando al frente, pero el pelicorto entendió que se lo estaba diciendo a él, aunque poco le importó.

-Siempre duermes conmigo, tú me cuidas al soñar…-Cantó él todavía más cerca suyo-Atrapas mis canciones porque sabes que al final, de tantos corazones, no hay otro que quiera igual…-Siguió cantando y ella lo miró. Gastón sonrió y siguió con la canción-Esos ojos que me miran son luceros que dan luz en pleno día…

Y ya era imposible prestarle atención a Voz Veis. El mundo había desaparecido por completo. Gastón le sonreía descaradamente y Luana no reaccionaba. Gastón acortaba la distancia entre los dos y Luana creía morir. Gastón la besaba y Luana moría de amor.

No solo la había besado sino que el resto del recital lo pasaron abrazados, entre besos y cantos. Más adelante tendrían tiempo de hablar, por el momento se dedicaban a disfrutar de lo que estaban viviendo.

Fin del Flashback

-¡Me muero!-Dijo emocionada la morocha-¿Y después mi pela es el tierno?

-Como tu pela no hay… pero admito que Gasti es increíble también… aunque no se compara con Eric…

-¡Bueno eh! Que hoy es día impar, así que está conmigo…

-Esté con quien esté, es incomparable…

“Soy yerbatero, vengo a curar su mal de amores” Empezó a sonar, y la castaña inmediatamente se puso a bailar de una manera extraña. Había inventado un supuesto paso de baile para esa canción que le había hecho escuchar su amiga.

Paola no pudo evitar reírse de lo que hacía su amiga, mientras iba en busca del celular de Luana, que parecía no querer moverse. Le entregó el celular y la cara de la castaña cambió.

-Mi vieja…-Explicó mientras abría el mensaje.-La verdad no la entiendo, se enoja cuando le digo hola, y ahora me manda mensajes preguntándome cómo estoy y cómo lo pasé en el recital…-Agregó indignada tirando el celular en la cama.

-Que no decaiga Lu, no podés dejar que te arruine el momento, menos después de la noche de ayer…

-Sí, ya sé, pero me da bronca, porque se encarga de acabar con el buen humor y con toda la onda que le pongo día a día… me tira abajo todo lo que hago y no me dan ganas de seguir sonriendo como si nada…

-yo sé que es una cagada, pero ¿Te acordás de esa novela que veíamos hace unos años? Que estaban dividios en NE y La resistencia…-La castaña asintió-Bueno, a nosotras nos toca resistir, siempre.

-¡Qué ganas de ser del NE!-Admitió Luana-Comida las veinticuatro horas…-Agregó soñadora.

-¡No sé cómo no lo pensé antes! La comida es la solución…

-Obvio Pao, la comida SIEMPRE es la solución-Le respondió con una sonrisa, poniéndole énfasis a “siempre”-Gracias por levantarme el ánimo siempre Paoli, no te das una idea de todo lo que significás para mí…

-¡Ay tonta! No me digas esas cosas que me pongo roja…

-Pero es en serio, sos increíble, la mejor amiga, bah, hermana, que cualquiera podría tener, y juro que me quedo corta…-Admitió.

-Me vas a hacer llorar Luani… Mejor vayamos a la cocina a buscar comida, mamá compró pan dulce y también hay bizcochitos-Agregó con alegría Paola.

-Yo no te puedo explicar lo mucho que te quiero, bah, no te quiero, te amo hermana-Finalizó abrazándola, mientras se dirigían a la cocina.

La morocha era única y nunca iba a entender por qué la había elegido a la castaña como amiga. No había persona que la hiciera cambiar de opinión. Luana estaba segura de que Paola era increíble, con todas las letras, en mayúscula, de colores, en negrita y en cursiva, y no entendía cómo podía ser amiga suya. Quizás en alguna otra vida había sido muy buena, o algo por el estilo, porque la verdad no entendía cómo el destino había cruzado a la morocha en su camino y esperaba poder devolver, aunque fuera una mínima parte, de todo lo que Paola hacía por ella.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Fin

Y de a poco el final de este cuento que empezamos a escribir hace cino años, se está acercando.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Y qué si por primera vez quiero darle valor a mis palabras? Qué si me quiero plantar de una vez por todas y hacerme escuchar ? Y qué si hoy digo basta, lo mío es la comunicación social?

miércoles, 4 de agosto de 2010

Confesión

No es que me haya vuelto protagonista, eso no va a pasar, y si llega a pasar, no sería en este blog, pero sí terminé contando un cuento -o mejor, una historia- que no pensé que contaría, que tiene otros protagonistas, pero que yo ando por ahí metida en la historia...

domingo, 1 de agosto de 2010

Pájaro carpintero

Con un par de palabras elegantes, previamente elegidas y posicionadas de manera tal que lograron tocar hasta al más frío de los icebergs, se volvió imposible no pensar en vos. Y pensar en vos significaba, también, dejar sangrar esa herida que todavía no cerró, y dudo que pueda llegar a sanar algún día. Sé que el relator no tenía la culpa de nada de lo que pasó, y ni siquiera estaba enterado, pero haberlo escuchado, hizo que te convirtieras en una especie de pájaro carpintero, picoteando mi cabeza todo el tiempo, obligándome a tenerte presente veinticuatro horas al día y un poco más también.
No es que no me guste tenerte presente, ni que esté negada, ni mucho menos, simplemente que no me gusta dejarme sangrar adelante de los demás, porque los que me rodean sí sabían la parte de la historia que el relator desconocía y no se separaban de mi lado, ayudándote en tu tarea de pájaro carpintero.
Y como si los planetas se hubieran alineado en mi contra, lo que siguió no me ayudó de mucho. Canciones, palabras, situaciones, hasta perfumes, y la herida cada vez más abierta.
La idea de ir a visitarte con urgencia, apenas terminara el viaje no desapareció ni por un segundo de mi cabeza, hasta llegué al punto en el que lo tuve que decir, porque te sentía en cada cosa que hacía, y se volvía imposible disfrutar.
El viaje terminó, y todavía no te fui a buscar, pero sé qué no falta mucho para ir a hablarte, por más que me escuches todo el tiempo, necesito ese encuentro para poder estar bien conmigo.

jueves, 10 de junio de 2010

Alguna vez escuché decir que la vida es una rueda, a veces estamos arriba, a veces estamos abajo y a veces a los costados, sin saberlo, muchas personas te ayudan a seguir girando, así como también, nosotros ayudamos a otros. Yo en este momento puedo asegurar que la vida es una rueda, no porque nos la pasemos rodando con ayuda de (y ayudando a) otros, sino porque volvemos a un mismo punto de partida, es como una calesita infinita: Uno disfruta de las pequeñas cosas de la vuelta, así como también sufre muchas otras cosas, los afortunados algunas veces se puede sacar la sortija, haciendo que la calesita de un giro de trescientos sesenta grados (cambiando por completo el rumbo que estaban tomando las cosas). Lástima que siempre me consideré una chica sin suerte.

No es que haya tenido una vida de mártir, ni nada por el estilo, sé que tuve muchísimas cosas y que muchas veces no supe darles el valor adecuado, pero también sé que los vínculos afectivos no se hacen a partir de bienes materiales, y que nadie puede obligarme a sentir ni a dejar de sentir. Y a lo largo de mi vida sentí –y dejé de sentir- muchísimo, porque de eso se trata, de sentir.

Por suerte (valga la redundancia) hay luces, y no hablo de pequeños destellos, sino de esas luces que enceguecen, que se aparecieron en mi camino, a rodar conmigo, y a demostrarme que a pesar de creerme una chica sin suerte, puedo ser la mujer más afortunada de toda la galaxia, porque esas lucecitas que iluminan mi vida, son la envidia de cualquier persona. Por primera vez en mi vida, había sacado la sortija, y ese giro de trescientos sesenta grados habían sido ellas, que habían aparecido para quedarse, y acompañarme en mis días sin suerte.

Pero como la vida es inquieta, metida, y bastante problemática, la tranquilidad y la suerte de la sortija no duró demasiado. Probablemente, todo tenga un por qué, una causa justa, y una explicación, pero se me hace imposible entender, y en algunos casos aceptar.

En la vida de una chica sin suerte, una se acostumbra a este tipo de cosas. A la eterna caída, al golpe más duro y hasta a la tormenta más fuerte, hasta cierto momento. Hay un punto en el que hay que frenar y acomodarse lo suficientemente rápido para seguir rodando a la par de la vida, y no quedarte atrás. Y rodar se torna difícil, extremadamente difícil, agotador y duro.

Las palabras se quedan atragantadas en el medio del camino, las pocas que llegan a la boca mueren antes de los dientes. Los ojos se empañan todo el tiempo y las cataratas del Iguazú son un poroto al lado del río de agua salada y cristalina, que cae surcando montañas, y se estrella contra el piso, ahogando uno de tantos pensamientos. El corazón bombeando más rápido de lo normal, y al mismo tiempo muchísimo más lento. El reloj detenido en vaya uno a saber qué horario y el nudo en el estómago más apretujado que nunca.

La necesidad de pisar el suelo firme, y la ausencia del suelo, rodar arriba, siempre. Con las luces, pero un poco más apagadas, porque lo que me afecta, les afecta, y viceversa. Seguir buscando –y rodando- y no encontrar nunca lo seguro. Apagarse, de a poco y discretamente. Juntas. Siempre.

Yo puedo resignarme a ser una chica sin suerte, puedo soportar partidas, así como me puedo alegrar por sobre manera de las llegadas, puedo postergar festejos, puedo olvidarme de mi existencia para que alguien más exista, puedo olvidarme el quilombo del marote, puedo rodar cuesta arriba, y me animo a dejarme caer… hasta tocar fondo.

Vida, yo estoy lista para dar batalla, pero no si me cortás las piernas, si me apagás las luces. Acepté que te llevaras una de las patas más importantes de mi mesa, que me hicieras construir de vuelta, desde cero, ese mundo que sentí –siempre se trata de sentir- que se venía abajo, acepté dejarlo ser, para siempre, acepté ponerme a correr en círculos, cuando no había salida, hasta no sentir las piernas, acepté la ausencia, acepté el dolor, y acepté tantas otras cosas.

Pero si la vida se basa en un dar y recibir, ¿Por qué acepto tanto y recibo tan poco? No pido nada muy difícil. No quiero una vida de lujos, no quiero viajar por el mundo, no quiero bienes materiales –acordate que aprendí hace mucho y de un golpe que las relaciones no se basan en lo material-, no quiero que la rueda vaya por el camino fácil, no quiero vivir sin obstáculos, ni siquiera pido que saques del camino a la gente que quiere envenenar, porque con ellos se crece y se aprende, no quiero lo fácil, ni lo rápido, lo único que quiero es que no te metas con mis sostenes. Que dejes de joderle la vida –sí, te jodés a vos misma de tan jodida que sos- a mis luces, a mis piernas y brazos, a esas personas que hacen que tenga ganas de ponerle onda cada día.

domingo, 6 de junio de 2010

¿Qué se siente?

A ver, qué se siente
Cuando no se siente nada
Te vaciaste de palabras
Se murieron las mañanas.

Te despertás y escuchás voces que, poco a poco, se van aclarando. Al principio no entendés nada, estás demasiado dormida y las palabras no tienen mucho sentido, son solo murmullos, que después empiezan a tener sentido. Entendés quién habla y por qué, pero todavía no entendés muy bien de qué habla. Y bingo. Entendés todo. Entendés tanto que los ojos se te llenan de lágrimas y llorás a moco tendido, escondida para que no te vean.


Qué se siente
Cuando todo se termina
Con el alma malherida.

Llorás, llorás y sentís cómo el mundo que construíste en tus pocos años de vida se va cayendo de a poquito. A partir de ahora te tenés que construir uno nuevo porque desde que naciste viviste una mentira. Capaz no es tan grave, pero duele. Duele porque sentís el dolor del que devela el secreto. Duele porque te deja el corazón a flor de piel, porque era una mentira para vos, porque ya lo sospechabas desde hacía un tiempo, pero sospechar es muy diferente a tener certezas.

Corazon hecho pedazos
Sin retorno del fracaso
Solo un hueco de dolor
Un agujero sin amor.

Y de repente sentís un vacío enorme. Un vacío que duele. Un vacío que nunca creíste que ibas a sentir. Solo un hueco de dolor.

Qué se siente
Porque lo ha perdido todo
Tan ausente, Tan aislado
Qué se siente
Qué se siente
Como un nudo en la garganta
Y un dolor que no se acaba.

¿Qué se siente?

Best Seller

Biografía no autorizada de un Juan que nunca existió -cualquier semejanza con la irrealidad es pura coincidencia-


Juan nació el 23 de diciembre de 1983, Juan tiene un hermano más grande que lo cuida mucho. Cuando Juan tenía cinco años le regalaron un pez, Juan se aburría viendo nadar al pez pero otra mascota no lo dejaban tener. Juan hace un año abrió una bicicletería, ahora Juan es todo un hombre de negocios, Juan tiene rulos, Juan es alto, Juan usa bufanda y una campera de corderoy, Juan tiene un jean que usa todo el tiempo pero... ¿Quién es Juan? Juan es un hombre normal, con sus tiempos y problemas como cualquier otro. A Juan le gusta desayunar tostadas con manteca y un vaso de café o de lo que haya, Juan a veces se siente solo, como todos, pero encuentra en Mongo, su perro (ahora que Juan podía elegir la mascota definitivamente había sacado de su lista de mascotas al pez), la compañía necesita para estar bien. Juan ama las galletitas con forma de anillo, sobretodo las rosas con un intento de sabor a frutilla, Juan a veces come bizcochos agridulces. Los viernes a la noche Juan pide pizzas o empanadas porque llega cansado, saborea las pastas que le hace mamá los sábados y disfruta los asados de papá los domingos. Juan es más o menos alto, tiene el pelo castaño y ojos color miel.
A veces, solo a veces, se toma tiempo para hacer nada, generalmente esta corriendo –o andando en bicicleta- todo el día, del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. Yo creo que la rutina lo cansa pero está en Juan cambiar las cosas o no. Juan nunca tiene tiempo para hacer lo que realmente quiere y por eso está siempre apurado con el tiempo suficiente. Juan tiene y tuvo muchos miedos como a los payasos, la oscuridad, el monstruo que se esconde debajo de la cama, que se le venga el mundo abajo, miedo a lo que piensen los demás de él. Juan le tiene mucho miedo a los médicos, Juan vive preocupado. Juan no sabe muchas cosas de cocina ni de limpieza, tampoco sabe hacer bien la cama, si fuera por Juan todo el mundo dormiría hasta tarde todos los días. Juan se tiene que afeitar día por medio, Juan a veces se lastima cuando se afeita. Juan siempre cuenta historias. A Juan le gusta escuchar cd’s de los Beatles, Sui generis (Sobre todo esa canción que dice “Juan Represión viste un saco azul, triste, vive como pidiendo perdón y se esconde a la luz del sol”) y Seru Giran, tiene la discografía completa de todos. A Juan le gustaría tener una banda, tiene millones de letras que escribió cuando tenía tiempo de volarse. A veces -solo a veces- se toma tiempo para hacer nada. Ahí es cuando escribe y se inspira. Ahí es cuando se toma tiempo para pensar en ella. Ella se llama Sol, a Juan le gusta mucho hablar y estar con Sol pero la diferencia de edad lo preocupa, Juan sabe que tiene que esperar unos años pero a veces le gustaría dejar de pensar en los demás y hacer lo que él quiere. A Sol también le gusta hablar y estar con Juan y tiene en claro lo de la diferencia de edad. Sol y Juan a veces se encuentran pero sólo como amigos. En realidad no es ese Juan, eso es lo que Juan quiere que sepamos sobre él. El verdadero Juan desayuna tostadas con manteca porque la abuela siempre le hacía comer eso en el desayuno cuando se quedaba a dormir en su casa, al verdadero Juan no le gusta mucho la comida que hacen sus papás pero no quiere admitir que se siente solo y que le gusta estar en familia, el verdadero Juan come las galletitas con forma de anillo porque le hacen acordar a su infancia, tienen un gusto especial para él. El verdadero Juan cuenta historias porque le gusta fantasear con que alguna vez vivió o sintió lo que cuenta. El verdadero Juan escucha esa música porque le gusta y porque lo hace volar, lo lleva a un mundo en el que solo existe lo que él quiere que exista y hace que se olvide de todo y todos los demás. El verdadero Juan no tiene ojos color miel, tiene ojos naranjas que miran más allá de lo que una persona puede ver, miran más lindo, más profundo. A Juan le da miedo jugarse por Sol, al verdadero Juan también le da miedo pero ya se jugó y aunque los demás no se den cuenta el dice que no para poder estar o hablar con ella, cuando está con Sol, Juan se convierte en el verdadero. El verdadero Juan no pide pizzas porque está cansado, pide pizzas porque le gusta hablar con el chico del delivery y siempre se quedan horas conversando como grandes amigos. El verdadero Juan le pone nombre a las cosas, su almohada se llama Malena, su cepillo de dientes Fátima, el peine Gabriel, la televisión Agustina y así con todos los demás objetos que tiene en Margarita, su departamento. El verdadero Juan sabe que el tiempo es interno y que si tiene ganas puede hacer que una hora dure un día y un mes cinco años. Todo esto lo pensaba el verdadero Juan cuando viajaba en colectivo para poder encontrase con Sol.

Palabras más palabras menos

Palabras más, palabras menos
Palabras más o menos ayer me decías
Palabras más o menos que no me quieres
Palabras más o menos me estás dejando en cueros
Palabras más, palabras menos
Palabras más palabras más palabras menos

Hay una variedad infinita de silencios. Hay un millón y medio de formas de nombrarlos, por no decir que un poco más también. Hay silencios incómodos, silencios que relajan, silencios que siembran incertidumbre, silencios que derrochan certezas. Hay silencios y hay palabras. Hay palabras hechas de silencios y silencios hechos de palabras. Hay palabras de silencio, y silencios de palabras.

Palabras más palabras más palabras menos
Es lo que menos te puedo dar, es lo de siempre
Palabras viejas palabras sólo como pasatiempo
Palabras que soplan en el viento
Palabras fáciles de olvidar

No sé cómo será para vos, pero el silencio de mi parte no es de arrepentiemiento porque estoy convencida -y esto solo pasa unas pocas veces- de que yo no tengo la culpa. Tampoco sé qué sentirás con tu silencio, pero a mí no me afecta, a lo largo del tiempo me construí una coraza -destructible, obviamente, pero que cada vez se vuelve más fuerte- que me defiende. No sé en qué quedará este silencio, que en realidad está lleno de gritos, rencores, peleas, y palabras por demás, para mí es fácil de olvidar, es más, casi ni me lo acuerdo.

Palabras más o menos las que hoy me duelen
Palabras más o menos sentimientos ajenos
Palabras más o menos palabras que pueden lastimar
Palabras menos menos menos palabras más
Palabras más, palabras menos.

Y a pesar de mi súper coraza, las palabras (o los silencios), me duelen hoy, ayer y siempre, y si antes dije, o te hice creer, que no me afectaban es una vil mentira a mí misma para no aceptar la realidad, porque además de escudo, es máscara (y más cara también). Y del silencio que nos separa -o nos une- hay palabras ajenas, que intentás mechar para ver si se me mueve algo en el interior, y no lo lográs. Agregás palabras, sacás palabras.

Palabras más palabras más palabras menos
Es lo que menos te puedo dar, es lo de siempre
Palabras viejas palabras sólo como pasatiempo
Palabras que se lleva el viento
Palabras menos, palabras más.

Y así y todo, ccon un abismo de silencios (o de palabras más) en el medio, no necesito hablarte para darte a conocer mis sentimientos, no necesito palabras para demostrártelos, y vos, en tu silencio, los conocés perfectamente. Hay palabras más, palabras menos, pero entre silencios, te quiero.

domingo, 23 de mayo de 2010

¿Querido Papá?:

No sé cómo empezar a escribirte, no sé si decirte papá, si llamarte por tu nombre, poner “A quien corresponda”, o simplemente dirigir esta carta a un desconocido.

Desde que te fuiste, hay un pensamiento que no puedo borrar de mi mente. Siento una angustia que se apodera de mi ser, y un poco de culpa por sentir lo que siento. Desde que te fuiste, mi cabeza no para de maquinarse, de pensar y re pensar, y mi corazón no deja de sentir. Hay días en los que me siento con el corazón encogido, y hay días en los que explota de alegría.

Desde que te fuiste, la historia cambió por completo; una historia que yo puedo empezar a contar remontándome a veinte años atrás, pero que sé que viene desde mucho antes.

Siempre te consideré increíble, desde que di mis primeros pasos, hasta que intentabas hacerme entender cosas obvias –para vos- de física. Te admiraba, a vos, a tu inteligencia, a tu paciencia, a tus ocurrencias, todo lo que hacías, me hacía verte como un ejemplo de lo que yo quería ser cuando fuera grande, definitivamente eras mi ejemplo a seguir, eras el único capaz de tranquilizarme cuando me faltaba la respiración y me sentía morir, y el único capaz de hacerme entender cómo resolver un problema matemático. Creo que hasta antes de tu viaje, se podría decir que era el ejemplo vivo de un complejo de Edipo nunca curado.

Era conocedora de tus defectos, y sé que tenías muchos, pero los podía aceptar, así como también era conocedora de tus virtudes, que también eran muchas.

Verte media hora por día era suficiente para mí. Ser cómplice de tus chistes, entender tus miradas, tener códigos y compartir costumbres me hacían sentir la chica más feliz del planeta. Estábamos muy lejos de ser la familia Ingalls, pero para mí éramos la familia perfecta, la familia que me había tocado, y por la cual daría mi vida.

Claro que no todo es color de rosa. La vida golpea, y cuando lo hace, lo hace bien fuerte. Dudo que haya vacilado en golpearme, cuando un día, abrí los ojos y ya no estabas. Ni vos, ni tus cosas. Mamá, en ese momento, tratando de ocultar sus ojos llorosos y la tristeza, me dijo que te habías ido de viaje, aclarándome que era un viaje de ida únicamente, y nosotros teníamos terminantemente prohibido acompañarte o tener algún tipo de noticias tuyas. Vos estabas dispuesto a rehacer tu vida, sin dar ningún tipo de explicación, claro que no tenías por qué darlas, pero creo que me hubiese gustado conocerlas y saber tú versión.

A partir de ese día tu figura empezó a caer. Ya no eras “mi mejor papá”, ni mucho menos un ejemplo a seguir. Ese día empezaron a surgir verdades que explicaban muchísimas partes de la historia, que yo, inocente, nunca había sabido decodificar, y poco a poco, la idea de súper papá se fue desmoronando.

¿Qué clase de padre abandona a su familia? Supongo que habrás tenido tus motivos, pero ¿Eran tan fuertes como para olvidarte de nuestra existencia? Sé, por los huecos que logré llenar en estos veinte años, que no te costó en lo más mínimo alejarte, que era algo que venías planeando desde hace tiempo, y que no te costó en lo absoluto desprenderte de nosotros.

Tengo que admitir que me duele. Me duele que te hayas ido, claro, eras mí viejo, pero más me duele sentir lo que siento en este momento. Me duele sentir que no te extraño, que la vida sin vos es igual, porque en realidad, nunca pude vivir una vida con vos presente, me duele sentir que esa media hora nunca alcanzó, y que lo único que rescato es que me ayudaste con las materias numéricas que fueron, son y serán una gran dificultad en mi vida. Me duele hasta lo más profundo de mi corazón saber que por vos, yo ponía las manos en el fuego, mientras vos dejarías que me queme. Me llena de culpa pensar que te quise por obligación –por el lazo que nos unía- y no porque realmente te hiciste querer. Supongo y espero que me puedas entender, así como yo me carcomo la cabeza día y noche tratando de entenderte a vos.

Y tratando de entenderte, llegué a una conclusión que parece no querer irse de mi cabeza. No quiero vivir sabiendo que va a dar lo mismo, no quiero pasar por la vida desapercibida. Por más que no me guste resaltar entre la multitud, no quiero vivir sabiendo que solo voy a ser una persona más del montón, me gustaría marcar un antes y un después, no pido a nivel país, ni mucho menos a nivel mundial, me conformaría con dejar una huellita en la vida de alguna persona, poder marcar un cambio, y poder marcar en otro, lo que vos no marcaste en mí. Me gustaría ser un planeta, un sol, o una luna en algún universo, y no ser una estrella fugaz en todos.

Sé que ésta no va a ser la última vez que te nombre, así como también sé que a pesar de hacerme sentir que todo sigue igual, tu aporte de estrella fugaz me hizo replantearme varias cosas, y por eso, creo que te tengo que agradecer, por hacerme abrir los ojos, y saber que no quiero ser lo que fuiste vos para mí.

Por mucho tiempo estuve cerrada al amor, muerta de miedo por llegar a ser lastimada como vos nos lastimaste a nosotros, no estaba preparada para volver a soportar ese dolor desgarrador, y mucho menos dejar sangrar esas heridas, pero me decidí, y le di una oportunidad.

Empecé a salir con Benjamín, uno de mis grandes sostenes a lo largo del proceso de sanar la herida que vos abriste. No será un príncipe azul de esos que aparecen en las películas de Disney, ni la clase de chico con la que yo me imaginaba terminar, pero para mí sí es un príncipe, que me salvó de un gran dolor, no fue con un beso, ni combatiendo a un dragón, fue mucho más simple pero al mismo tiempo más complejo, me acompañó, me sostuvo bien fuerte para no dejarme caer, y me ayudó a enfrentarme a mis mayores miedos, y así como él está marcando de a poco esa huella de la que hablé antes, sé que yo puedo marcarlo a él.

Aunque dudo que alguna vez leas esto –por más que sepa cómo hacerte llegar la carta, no sé si quiero- me pareció importante que supieras algunas cosas de mi vida, por si en algún momento decido mandarte esta carta, que sepas que soy feliz, y que si en algún momento pensás volver, cosa que dudo, estoy dispuesta a escucharte, a conocer tu historia, de principio a fin, pero no sé si estoy dispuesta a volver a abrirte las puertas, porque no sé si voy a poder soportar el dolor de la caída, una vez más.

Espero, de corazón, que vos estés bien, que hayas empezado de cero y con el pie derecho, y que no te vuelvas a equivocar, porque podés lastimar a muchísima gente.

Gracias por ayudarme a crecer, un poco de golpe, y a convertirme en la persona que soy ahora, un poco cerrada e insegura, pero dispuesta a darle una mano a quien sea, gracias por hacerme aprender a encontrar a las personas a las que verdaderamente quieren darme la mano, y por hacer que todos los demás golpes duelan como si apenas fueran un rasponcito.

Que te vaya bien en tu nueva vida.

Camila

domingo, 14 de marzo de 2010

La eterna enamorada

Le era inevitable no sumirse en un mar de recuerdos. Desde hacía poco tiempo, todo la transportaba a una realidad completamente diferente, los olores, los lugares, algunas situaciones, todo. Pero a pesar de hacer esos viajes mentales, no podía evitar sentir que le faltaba algo.

Carolina Safiro, más conocida como Cari, había llegado a Buenos Aires diez años atrás, con un montón de sueños y metas por cumplir. Una nueva etapa en su vida había comenzado en el momento en el que puso un pie en el micro, para dejar su ciudad natal y aventurarse en la gran ciudad, de la que tanto había escuchado hablar y tan poco conocía.

Con la guía T que le habían regalado sus padres abajo del brazo, y una valija mediana, había llegado al lugar que se convertiría en su nueva casa. Por sus dieciocho años le habían regalado un departamento, para que pudiera ir a estudiar en Buenos Aires y cumplir el sueño de toda su vida de ser la mejor psicóloga de todo el país. En el instante en el que atravesó la puerta del 5 “B” supo que su vida iba a dar un giro de 360°, y no se equivocó.

El CBC había supuesto un gran desafío para la rubia, que de a poco, había empezado a hablar con algunas de sus compañeras. Entre charla y charla, el vínculo de compañeras había desaparecido, y se podría decir que prácticamente eran hermanas. Daniela, Noelia y Carolina. Un trío inseparable. Tenían la costumbre de decir que eran como las chicas súper poderosas. Daniela era Bellota, la más grande de las tres, la más centrada y responsable, aunque Carolina le decía que era una “reina freudiana” por su increíble capacidad para dar consejos, y porque realmente era una diosa, siempre arreglada. Noelia había pedido ser Bombón, era la del medio, con su parte aniñada y su parte responsable, cariñosa y divertida. Y por último Carolina, la más chica del trío, que era burbuja, con el pelo tan rubio como el dibujito, con su buen humor, inocencia y niñez a flor de piel.

Por la distancia que había entre sus respectivas casas, no podían verse muy seguido, se encontraban durante las horas de cursada y algunas veces en los mini recreos que tenían para poder comer alguna cosa, pero a pesar de eso, estaban constantemente en contacto. Sabían todo lo que ocurría en la vida de la otra, hasta la cantidad de veces que habían respirado durante el día.

Tenían pactado que, cada quince días, tenía que haber una reunión en la casa de alguna de las tres, durante el fin de semana. Ese sábado, la noche las iba a encontrar a las tres, charlando y riendo alegremente en el living de la más rubia del trío, o por lo menos eso era lo que creían. Carolina estaba con las manos ocupadas sosteniendo bolsas de supermercado, intentando la forma de acomodar todo lo que llevaba encima para sacar las llaves que le permitirían entrar en el edificio en el que vivía, cuando sintió que alguien la chocaba.

-Perdoname-Escuchó que alguien le decía a sus espaldas y sintió un escalofrío, era la voz más armoniosa que había escuchado en sus dieciocho, casi diecinueve años de vida.

-No pasa nada-Contestó ella con su mejor sonrisa al tiempo que se daba vuelta, para observar a un rubio pelicorto, de ojos claros, y sentirse morir ante la conexión de miradas.

-Dejame que te ayude…

-Carolina Safiro, Cari-Le dijo con esa sonrisa que parecía que jamás se le iba a borrar.

-Santiago Mentrán, Santi, un gusto-Contestó el pelicorto mientras depositaba un beso en la mejilla de Carolina, que se ruborizó al instante- ¿Vos también vivís acá?-Le dijo con una sonrisa que hizo que el corazón de la rubia estuviera a punto de salírsele del cuerpo, mientras la ayudaba con algunas bolsas.

-Gracias. Sí, me mudé hace un año más o menos, pero todavía no conocí a todos mis vecinos…-Respondió ella al mismo tiempo en que abría la puerta, dándole a entender que nunca lo había visto.

-Yo no conocí a nadie, ayer a la noche empecé a vivir acá.-Explicó Santiago, dejándola pasar primero como todo un caballero.-¿A dónde vas?-Preguntó una vez dentro del ascensor.

-Al quinto be.

-Somos vecinos entonces, yo estoy en el a.

-¿Vos sos el que se quedó toda la noche tocando la guitarra y cantando canciones de Calamaro?

-Uy ¿No te dejé dormir? ¡Perdón! No pensé que se iba a escuchar-Se disculpó, y Carolina le seguía sonriendo.- ¿Hacés una fiesta hoy?-Preguntó divertido, mirando la cantidad de bolsas con comida y gaseosas que ocupaban todo el cubículo del elevador.

-No, es que…-Y el sonido del celular de la rubia anunciando un nuevo mensaje los interrumpió.

“De: Bellotita

Amiga, perdoname pero no puedo ir, me olvidé de que era el cumpleaños de mi sobrinita, y si no voy me van a matar. Las amo, diviértanse sin mí y coman mucho.”

-Perdón-Se disculpó por la interrupción y cuando estaba por seguir hablando, el celular volvió a sonar, indicándole otro mensaje.

“De: Bomboncito
Burbujita, mil perdones, pero mamá se siente medio mal, y me tengo que quedar a cuidarla, de cualquier manera saben que las amito mucho, y que estoy con ustedes, aunque no sea físicamente Beso”

-Perdón de nuevo-Volvió a disculparse, él rió, y ella agradeció estar apoyada contra la pared del asensor, porque sus piernas le temblaban.

-No pasa nada, ¿Son tus chicos?-Preguntó el rubio pelicorto con curiosidad y ella largó una carcajada.

-¿Chicos? Pfff no sabés. Eran unas amigas avisándome que no podían venir hoy a casa, así que compré todo esto al divino botón.-Explicó mientras caminaban el corto pasillo hacia la puerta de Carolina.

-Bueno che, por lo menos tenés con qué sobrevivir hasta fin de mes, yo ni siquiera sé qué voy a comer hoy, supongo que voy a implementar el delivery.

-¿Te querés quedar a comer?-Lo invitó, al mismo tiempo en que dejaba un par de bolsas arriba de la mesada. Por un momento se arrepintió, sintió que había quedado como muy lanzada, o rapidita, pero no sabía que esa propuesta iba a cambiar su vida para siempre.

-¿Segura? No quiero molestarte, ni nada de eso.

-No digas bol.udeces-Lo retó como si se conocieran de toda la vida-Además ¿Quién me va a ayudar a comer toda la comida que compré?

-Bueno gracias-Y su sonrisa que hacía que Carolina se desmoronara aparecía de vuelta.

Esa noche había marcado un antes y un después en la vida de ambos jóvenes. Habían aprovechado para conocerse, y desde un principio habían notado la buena onda que había entre los dos. Santiago Mentrán había llegado de Coronel Suárez con el sueño de ser actor, tenía veintidós años, tocaba la guitarra, cantaba increíblemente bien, era extremadamente gracioso, y hasta se había ganado un lugar en el corazón de sus mejores amigas. Durante algunas tardes de mate, solían decirle que él era el Profesor Utonio, y que por eso se querían tanto.

Pero había algo que iba más allá, y que todos, o casi todos, notaban a la distancia. Ese algo era la relación que había entre los dos rubios. A pesar de que ellos se excusaran diciendo que se habían conocido ellos dos, antes de que Santiago conociera a las otras dos chicas, y que se querían como hermanos, todo el mundo podía notar que había un lazo que los unía mucho más fuerte. Incluso una vez hasta lo había dicho la madre de Carolina, que sin siquiera conocer a Santiago personalmente, por el tono de voz y la alegría con la que hablaba su hija, sentía que el falso profesor Utonio estaba ocupando un lugar muy importante en el corazón de su hija mayor.

Y no era algo muy alejado de la realidad. Con el tiempo, Santiago se había vuelto uno de los pilares más importantes en la vida de Carolina, principalmente el día en el que los dos decidieron aceptar lo que sentían, y dar un paso al frente con la relación.

Estaban los dos, sentados en el piso del departamento de Santiago, tocando la guitarra y cantando “A orillas de la chimenea” de Joaquín Sabina. Una vez finalizada la canción, Carolina había confesado lo mucho que le encantaba ese tema, y el pelicorto, sin pensarlo para no tener tiempo de arrepentirse o de dudar, había soltado un “A mí me encantás vos” seguido de un beso que dejó a ambos sin aire.

Estaban enamorados, terriblemente enamorados. La alegría que sentían al poder estar con el otro la contagiaban a cualquier persona que los viera. La mayor parte del tiempo estaban juntos, demostrándose el amor que se tenían, y cuando, por algún motivo, tenían que separarse, los mensajes y las llamadas no tardaban en aparecer.

El tiempo pasaba y Santiago había ocupado papeles importantes en diferentes novelas, y hasta le habían ofrecido un protagónico para una película, Carolina se había recibido, y ejercía como Psicóloga en un consultorio cerca de donde vivían. Sí, en plural. Habían tomado la decisión de irse a vivir juntos, y convivían felizmente.

Hasta que una noticia los shockeó por completo. En un estudio médico, le habían informado que el pelicorto padecía de una enfermedad terminal, que tenía un problema en los riñones, y que no había cura. Pero Santiago estaba dispuesto a luchar, por todo el amor que le tenía a Carolina, no pensaba rendirse fácilmente, iba a dar pelea.

Tres años llenos de estudios, estudios y más estudios, llenos de días en los que creía que no iba a poder seguir más, días en los que Carolina no se movía de su lado y no paraba de decirle lo mucho que lo amaba. Años en los que pasó meses en el hospital, y meses en su casa, años que tuvo que dejar de hacer lo que tanto le apasionaba, dejar algunas cosas de lado, con la única intención de poder seguir adelante, acompañando a Carolina, que a pesar de mostrarse fuerte, sentía una angustia terrible.

-Te amo más que a nada en el mundo-Le dijo la rubia, entrando en la habitación del hospital, mientras acariciaba las mejillas de Santiago-Fuiste, sos y serás el amor de mi vida Santi-aseguró cariñosamente, mientras se acercaba para depositar un beso sobre los labios del pelicorto, que la miraba, y miraba cómo luchaba para no dejar caer las lágrimas que atentaban con salir de sus ojos.

-Te amo más Carito-Contestó él con dificultad. En ese último tiempo tenía dificultad para todo, la enfermedad había avanzado a pasos agigantados.-Me hiciste pasar los mejores diez años de toda mi vida-Le aseguró con una sonrisa.

-Y vamos a seguir juntos muchos años más ¿No?

-Pase lo que pase voy a estar al lado tuyo, cuidándote. Te amo con todo mi corazón, nunca te olvides de eso.-Habló por última vez Santiago, que poco a poco iba cerrando sus ojos, y respirando cada vez más lentamente.

Era imposible no recordar todo lo que había vivido junto al rubio pelicorto. Se le hacía extremadamente imposible no extrañarlo como lo extrañaba, y no recordarlo en cada cosa que veía, porque él estaba junto a ella día y noche. La angustia y el vacío que sentía también se contradecían por la paz y la tranquilidad de saber que él estaba mucho mejor, eso era lo único que la mantenía con fuerzas para seguir adelante. Eso y que esa noche había soñado con él.

Santiago estaba en el living de la casa, enojado porque ella le pedía que la abrazara y besara su cabeza, como hacía cada vez que llegaba de trabajar, haciéndola sentir protegida, y él no podía abrazarla, porque él quería estar con ella, y si ella lo abrazaba, él se iba a desvanecer, porque ya no era más de carne y hueso, y a su vez, Carolina, cuando el pelicorto había tomado el suficiente valor para acercársele, se alejaba. No estaba preparada para dejarlo ir, pero sabía que era lo mejor.

Santiago era el hombre de su vida, y ella iba a ser una eterna enamorada

domingo, 7 de febrero de 2010

Stage 2

El viernes la había encontrado sumida en un profundo sueño, completamente dormida, con todos los apuntes desparramados por la cama, y con el cd de los Beatles repitiéndose una y otra vez en su reproductor de música. No tenía ni la menor idea de cuándo se había quedado dormida, pero estaba segura de que había elegido la pose más incómoda para dormirse porque ahora le dolía todo el cuerpo. Un poco gruñendo, otro poco sonriendo, se estiró lo más que pudo, y de un salto, se levantó de la cama. Acomodó más o menos todas sus hojas sobre la vida de Freud, abrió las persianas para que el sol radiante de ese viernes de noviembre iluminara toda su pieza, y se adentró en las profundidades de su armario –que ya ni cerraba por la cantidad de ropa que tenía- para elegir lo que se iba a poner ese día.

Estaba muy entretenida debatiéndose entre una musculosa, o una remera de manga corta, cuando, sin entender muy bien cómo, su cabeza empezó a dirigir sus pensamientos hacia una persona. Todos sus pensamientos se estaban concentrando en el rubio y su encuentro de mañana, en el rubio y los posibles cambios que podría haber tenido, en el rubio y el amor que nunca pudo ser, en el rubio y el amor intacto que todavía seguía sintiendo, en el rubio y en cómo haría para que no le flaquearan las piernas al verlo.

“Stop!” se ordenó ella misma cuando vio que había pasado más de media hora, dejándose llevar por sus pensamientos. “Stop! thinking in Ramiro” Se volvió a ordenar, mientras sacudía la cabeza, como si eso lograse que sus pensamientos se alejaran, pero por lo menos, por unos segundos, iba a lograr dejar de pensar en el rubio, y en las horas que faltaban para reencontrarse y…

-¡Basta Estefanía!-Se gritó, otra vez estaba pensando en él.

Enojada consigo misma, agarró la primer remera que vio, llevándosela al baño, junto con el resto de la ropa, y se metió abajo del agua, y por el tiempo que duró la ducha, se permitió pensar en otra cosa que no fuera el rubio que le había robado el pensamiento durante tantos años, y que creía haber olvidado, pero ahora, sin siquiera haberlo visto, volvía a volarle la cabeza. Se permitió pensar en los nenes con los que pasaría todo el día, imaginándose sus historias, sus caras, sus voces. Se permitió pensar en su carrera y en lo feliz que estaba estudiando psicología. Y una hora más había pasado cuando el agua dejó de golpear contra su cuerpo, y con sus dedos arrugados tomó la toalla para secarse.

Salió de la ducha con las energías renovadas. Ya no sentía dolor de cuerpo por la mala pose al dormir, y el enojo se le había pasado, incluso hasta una sonrisa verdadera se había dibujado en su cara. Ahora sí podía bajar a desayunar junto a su madre, que probablemente la estaba esperando con un té y un par de tostadas. Bajó las escaleras, y el olor a tostadas se podía oler desde el living, tal y como lo había predicho, su madre la estaba esperando.

La saludó con un beso y un abrazo, y se sentó a desayunar junto a ella, como lo hacía todos los días. Intentó estirar el tiempo de desayuno la mayor cantidad de tiempo posible, pero su mamá se tenía que ir a trabajar, y no iba a llegar tarde por culpa de ella y sus pensamientos prohibidos (por ella misma), así que, resignada, la saludó, y volvió a subir, hasta llegar a su habitación.

Con su mejor amiga tenían planificado por lo menos un encuentro en el día, siendo viernes, les tocaba merendar juntas, así que Estefanía tenía que encontrar algo para hacer hasta la hora de la merienda. Estaba muy lejos de poder concentrarse en los estudios, así que optó por sacar su cuaderno y se dispuso a dibujar.

Toda su vida había asegurado que quería ser psicóloga, sí, pero eso no significaba que no sintiera un especial interés por el diseño, por sobre todo el de indumentaria. Tenía su cuaderno repleto de vestidos, bolsos, remeras, pantalones e incluso zapatos, dibujados por ella, con los que soñaba usar algún día, y sus lápices, que le daban color y vida a sus creaciones. Creaciones que salían de su cabeza, cuando se dejaba llevar, cuando dejaba que su lápiz negro la manejara, cuando dejaba que su estado de ánimo dominara, y cuando dejaba que su imaginación volara.

++++

Para el rubio pelicorto, el viernes también había llegado, pero en vez de encontrarlo durmiendo, lo había encontrado en el balcón, junto a su guitarra y un insomnio contra el cual no podía luchar. Había intentado dormir pero no lo lograba, había algo en su mente que lo dejaba intranquilo, nervioso, pero él no se permitía aceptar qué era, ni siquiera se permitía averiguarlo, porque la realidad era que en el fondo, muy al fondo, lo sabía a la perfección. Por suerte, era viernes, y no tenía que cursar, por lo tanto tenía todo el día libre para dormir si así lo quería.

Antes de entrar nuevamente a su habitación, se permitió rasguear las cuerdas de su guitarra para tocar una última melodía. Al finalizar, se puso de pie, y atravesó la puerta que lo separaba de su cuarto. Sentada en su cama, se encontraba su madre con una sonrisa de oreja a oreja. No sabía en qué momento había entrado, no la había escuchado ni había notado su presencia minutos antes, cuando se había dado vuelta para ver el reloj. Respondió a su sonrisa con otra sonrisa y se acercó a saludarla.

-Hola hijo, ¿Cómo estás?-Preguntó con un dejo de picardía, como si se hubiese enterado del chisme más jugoso.

-Bien, ¿Vos?-Respondió con cierta cara de confusión ante la actitud de su madre.

-¿Bien nada más? ¿No te pasa nada? ¿Ni una buena nota? ¿Ni una nueva canción? ¿Ni una chica?

-Nada de nada-Respondió mientras su cabeza pensaba en Estefanía y el reencuentro al otro día.

-¿Seguro?

“No”-Sí-Y no entendía por qué su cabeza lo contradecía.

-Qué raro, es que te veo muy feliz, como si estuviera pasando algo especial.

-Ah, eso… puede ser, es que mañana voy a ver gente de la escuela que hacía mucho que no veía.-Respondió con una sonrisa, no pensaba darle ningún tipo de detalles a su madre porque iba a pensar cualquier cosa, e iba a empezar a decir cosas que no eran, y no quería escucharla todo el día hablando sobre el tema.

-Ah, bueno…-Agregó un tanto decepcionada, pero aún así manteniendo la alegría.

Todavía sonriendo, se levantó de la cama de su hijo, y se fue a preparar el almuerzo para el medio día, a pesar de que Ramiro le hubiera dicho que solo se iba a encontrar con gente de la escuela, ella sospechaba que había algo más, y lo iba a averiguar, tarde o temprano. El rubio pelicorto se desplomó sobre su cama terriblemente cansado, y poco a poco se fue quedando dormido.

++++

Acababa de sonar el timbre, indicando la llegada de su mejor amiga a su casa, el tiempo se le había pasado tan rápido que no había notado que ya casi eran las cinco y media de la tarde. Bajó a las corridas, al grito de “Ya va”, tras escuchar el tercer timbrazo de Marianella, y completamente agitada, abrió la puerta.

-Me hiciste correr bitch-Le informó mientras la abrazaba.

-Y vos me hiciste esperar, palito chino.-Respondió mientras pasaba al living.

-¡Bueno che! Perdón.

Las dos jóvenes entraron a la cocina descostillándose de la risa, como cada segundo que pasaban juntas, prepararon todas las cosas que iban a consumir en la merienda, y se acomodaron en el living, para comer y charlar sin ningún tipo de interrupciones. Por lo menos, hasta la hora de la cena, tenía su cabeza ocupada en otras cosas y no en el sábado que se le estaba viniendo encima.

Entre risas, chusmeríos, anécdotas y comentarios se hizo la hora de la cena, y la madre de la más flaca ya estaba en la cocina preparando el menú para tres, porque como cada viernes, la madre de Estefanía llegaba y las encontraba tiradas en el piso llorando de la risa, y le insistía a la morocha de escasa altura para que se quedara a cenar, y hacerles un poco de compañía.

Julia había decidido preparar milanesas con papas fritas, y una vez listas, llamó a las dos jóvenes para comer. Milanesas con papas fritas y un sin fin de risas. Milanesas con papas fritas y un sin fin de palabras. Milanesas con papas fritas y un montón de segundos pasando velozmente. Milanesas con papas fritas, y ya eran la una de la mañana, y Marianella acababa de salir de su casa para irse con su novio Thiago, al cine, y ella había quedado sola, en su habitación, intentando dormir a pesar del nudo de nervios que tenía en la panza.

++++

Para cuando se despertó, eran las siete, giró su cabeza hacia la mesita de luz y vio un cartel de su madre.

“Intenté despertarte para almorzar pero no hubo caso, si te levantás y no estoy es porque fui a visitar a la tía, y probablemente nos quedemos allá a cenar, si querés venite, te esparamos. Un beso, te quiere mucho, mamá”

Se levantó refregándose los ojos y arrastrando los pies, y caminó hasta la cocina en busca de algo rápido para comer y volver a dormir. Le parecía increíble seguir con sueño después de haber dormido tantas horas, pero estaba realmente cansado, y no quería dejar pasar otra noche más de desvelo, menos teniendo en cuenta que iba a pasar casi todo el sábado rodeado de nenes repletos de energía, y menos todavía porque Estefanía no lo podía ver con unas ojeras que llegaran hasta el piso, y con un sueño tal que lo hiciera pasar la mayor parte de su tiempo con los ojos cerrados, justo el día de su reencuentro.

++++

El sol había salido, un nuevo día comenzaba. Y en tres casas diferentes estaba sonando el despertador que les indicaba que se avecinaba un día lleno de emociones. Era nada más y nada menos que sábado.