domingo, 7 de febrero de 2010

Stage 2

El viernes la había encontrado sumida en un profundo sueño, completamente dormida, con todos los apuntes desparramados por la cama, y con el cd de los Beatles repitiéndose una y otra vez en su reproductor de música. No tenía ni la menor idea de cuándo se había quedado dormida, pero estaba segura de que había elegido la pose más incómoda para dormirse porque ahora le dolía todo el cuerpo. Un poco gruñendo, otro poco sonriendo, se estiró lo más que pudo, y de un salto, se levantó de la cama. Acomodó más o menos todas sus hojas sobre la vida de Freud, abrió las persianas para que el sol radiante de ese viernes de noviembre iluminara toda su pieza, y se adentró en las profundidades de su armario –que ya ni cerraba por la cantidad de ropa que tenía- para elegir lo que se iba a poner ese día.

Estaba muy entretenida debatiéndose entre una musculosa, o una remera de manga corta, cuando, sin entender muy bien cómo, su cabeza empezó a dirigir sus pensamientos hacia una persona. Todos sus pensamientos se estaban concentrando en el rubio y su encuentro de mañana, en el rubio y los posibles cambios que podría haber tenido, en el rubio y el amor que nunca pudo ser, en el rubio y el amor intacto que todavía seguía sintiendo, en el rubio y en cómo haría para que no le flaquearan las piernas al verlo.

“Stop!” se ordenó ella misma cuando vio que había pasado más de media hora, dejándose llevar por sus pensamientos. “Stop! thinking in Ramiro” Se volvió a ordenar, mientras sacudía la cabeza, como si eso lograse que sus pensamientos se alejaran, pero por lo menos, por unos segundos, iba a lograr dejar de pensar en el rubio, y en las horas que faltaban para reencontrarse y…

-¡Basta Estefanía!-Se gritó, otra vez estaba pensando en él.

Enojada consigo misma, agarró la primer remera que vio, llevándosela al baño, junto con el resto de la ropa, y se metió abajo del agua, y por el tiempo que duró la ducha, se permitió pensar en otra cosa que no fuera el rubio que le había robado el pensamiento durante tantos años, y que creía haber olvidado, pero ahora, sin siquiera haberlo visto, volvía a volarle la cabeza. Se permitió pensar en los nenes con los que pasaría todo el día, imaginándose sus historias, sus caras, sus voces. Se permitió pensar en su carrera y en lo feliz que estaba estudiando psicología. Y una hora más había pasado cuando el agua dejó de golpear contra su cuerpo, y con sus dedos arrugados tomó la toalla para secarse.

Salió de la ducha con las energías renovadas. Ya no sentía dolor de cuerpo por la mala pose al dormir, y el enojo se le había pasado, incluso hasta una sonrisa verdadera se había dibujado en su cara. Ahora sí podía bajar a desayunar junto a su madre, que probablemente la estaba esperando con un té y un par de tostadas. Bajó las escaleras, y el olor a tostadas se podía oler desde el living, tal y como lo había predicho, su madre la estaba esperando.

La saludó con un beso y un abrazo, y se sentó a desayunar junto a ella, como lo hacía todos los días. Intentó estirar el tiempo de desayuno la mayor cantidad de tiempo posible, pero su mamá se tenía que ir a trabajar, y no iba a llegar tarde por culpa de ella y sus pensamientos prohibidos (por ella misma), así que, resignada, la saludó, y volvió a subir, hasta llegar a su habitación.

Con su mejor amiga tenían planificado por lo menos un encuentro en el día, siendo viernes, les tocaba merendar juntas, así que Estefanía tenía que encontrar algo para hacer hasta la hora de la merienda. Estaba muy lejos de poder concentrarse en los estudios, así que optó por sacar su cuaderno y se dispuso a dibujar.

Toda su vida había asegurado que quería ser psicóloga, sí, pero eso no significaba que no sintiera un especial interés por el diseño, por sobre todo el de indumentaria. Tenía su cuaderno repleto de vestidos, bolsos, remeras, pantalones e incluso zapatos, dibujados por ella, con los que soñaba usar algún día, y sus lápices, que le daban color y vida a sus creaciones. Creaciones que salían de su cabeza, cuando se dejaba llevar, cuando dejaba que su lápiz negro la manejara, cuando dejaba que su estado de ánimo dominara, y cuando dejaba que su imaginación volara.

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Para el rubio pelicorto, el viernes también había llegado, pero en vez de encontrarlo durmiendo, lo había encontrado en el balcón, junto a su guitarra y un insomnio contra el cual no podía luchar. Había intentado dormir pero no lo lograba, había algo en su mente que lo dejaba intranquilo, nervioso, pero él no se permitía aceptar qué era, ni siquiera se permitía averiguarlo, porque la realidad era que en el fondo, muy al fondo, lo sabía a la perfección. Por suerte, era viernes, y no tenía que cursar, por lo tanto tenía todo el día libre para dormir si así lo quería.

Antes de entrar nuevamente a su habitación, se permitió rasguear las cuerdas de su guitarra para tocar una última melodía. Al finalizar, se puso de pie, y atravesó la puerta que lo separaba de su cuarto. Sentada en su cama, se encontraba su madre con una sonrisa de oreja a oreja. No sabía en qué momento había entrado, no la había escuchado ni había notado su presencia minutos antes, cuando se había dado vuelta para ver el reloj. Respondió a su sonrisa con otra sonrisa y se acercó a saludarla.

-Hola hijo, ¿Cómo estás?-Preguntó con un dejo de picardía, como si se hubiese enterado del chisme más jugoso.

-Bien, ¿Vos?-Respondió con cierta cara de confusión ante la actitud de su madre.

-¿Bien nada más? ¿No te pasa nada? ¿Ni una buena nota? ¿Ni una nueva canción? ¿Ni una chica?

-Nada de nada-Respondió mientras su cabeza pensaba en Estefanía y el reencuentro al otro día.

-¿Seguro?

“No”-Sí-Y no entendía por qué su cabeza lo contradecía.

-Qué raro, es que te veo muy feliz, como si estuviera pasando algo especial.

-Ah, eso… puede ser, es que mañana voy a ver gente de la escuela que hacía mucho que no veía.-Respondió con una sonrisa, no pensaba darle ningún tipo de detalles a su madre porque iba a pensar cualquier cosa, e iba a empezar a decir cosas que no eran, y no quería escucharla todo el día hablando sobre el tema.

-Ah, bueno…-Agregó un tanto decepcionada, pero aún así manteniendo la alegría.

Todavía sonriendo, se levantó de la cama de su hijo, y se fue a preparar el almuerzo para el medio día, a pesar de que Ramiro le hubiera dicho que solo se iba a encontrar con gente de la escuela, ella sospechaba que había algo más, y lo iba a averiguar, tarde o temprano. El rubio pelicorto se desplomó sobre su cama terriblemente cansado, y poco a poco se fue quedando dormido.

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Acababa de sonar el timbre, indicando la llegada de su mejor amiga a su casa, el tiempo se le había pasado tan rápido que no había notado que ya casi eran las cinco y media de la tarde. Bajó a las corridas, al grito de “Ya va”, tras escuchar el tercer timbrazo de Marianella, y completamente agitada, abrió la puerta.

-Me hiciste correr bitch-Le informó mientras la abrazaba.

-Y vos me hiciste esperar, palito chino.-Respondió mientras pasaba al living.

-¡Bueno che! Perdón.

Las dos jóvenes entraron a la cocina descostillándose de la risa, como cada segundo que pasaban juntas, prepararon todas las cosas que iban a consumir en la merienda, y se acomodaron en el living, para comer y charlar sin ningún tipo de interrupciones. Por lo menos, hasta la hora de la cena, tenía su cabeza ocupada en otras cosas y no en el sábado que se le estaba viniendo encima.

Entre risas, chusmeríos, anécdotas y comentarios se hizo la hora de la cena, y la madre de la más flaca ya estaba en la cocina preparando el menú para tres, porque como cada viernes, la madre de Estefanía llegaba y las encontraba tiradas en el piso llorando de la risa, y le insistía a la morocha de escasa altura para que se quedara a cenar, y hacerles un poco de compañía.

Julia había decidido preparar milanesas con papas fritas, y una vez listas, llamó a las dos jóvenes para comer. Milanesas con papas fritas y un sin fin de risas. Milanesas con papas fritas y un sin fin de palabras. Milanesas con papas fritas y un montón de segundos pasando velozmente. Milanesas con papas fritas, y ya eran la una de la mañana, y Marianella acababa de salir de su casa para irse con su novio Thiago, al cine, y ella había quedado sola, en su habitación, intentando dormir a pesar del nudo de nervios que tenía en la panza.

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Para cuando se despertó, eran las siete, giró su cabeza hacia la mesita de luz y vio un cartel de su madre.

“Intenté despertarte para almorzar pero no hubo caso, si te levantás y no estoy es porque fui a visitar a la tía, y probablemente nos quedemos allá a cenar, si querés venite, te esparamos. Un beso, te quiere mucho, mamá”

Se levantó refregándose los ojos y arrastrando los pies, y caminó hasta la cocina en busca de algo rápido para comer y volver a dormir. Le parecía increíble seguir con sueño después de haber dormido tantas horas, pero estaba realmente cansado, y no quería dejar pasar otra noche más de desvelo, menos teniendo en cuenta que iba a pasar casi todo el sábado rodeado de nenes repletos de energía, y menos todavía porque Estefanía no lo podía ver con unas ojeras que llegaran hasta el piso, y con un sueño tal que lo hiciera pasar la mayor parte de su tiempo con los ojos cerrados, justo el día de su reencuentro.

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El sol había salido, un nuevo día comenzaba. Y en tres casas diferentes estaba sonando el despertador que les indicaba que se avecinaba un día lleno de emociones. Era nada más y nada menos que sábado.